Guillermo Cesario: Un hombre que ve con el corazón

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Por: Rafael Navarro-ENG

En el salón espacioso y lleno de luz, hay una veintena de niños que obedecen la voz de su maestro, le siguen sus pasos, atienden sus órdenes, están atentos a sus movimientos y repiten lo que deben hacer de acuerdo a sus indicaciones. Por un momento, el maestro llama la atención a uno de los menores para que mantenga su posición, o se pare firme. El niño obedece y Guillermo, como se llama el entrenador, le frota la cabeza en señal de agradecimiento.

El menor de todos tiene escasos tres años, el más grande va a cumplir 12, pero todos deben llevar la misma disciplina, hacer los mismos ejercicios—guardando las proporciones de sus edades–, y responder eso sí, con un “Yes Sir!”, cuando han completado sus rutinas o han entendido una de las órdenes.

Un hombre sin límites

Guillermo Cesario tiene ahora 36 años, es originario de Puebla, México y es además el propietario de un centro deportivo de artes marciales que acaba de abrir por su propia cuenta “Endeudándose hasta lo que no tenía”, como él mismo lo dice, todo por sacar adelante a su familia y por sentirse útil a la sociedad, luego de haber quedado ciego hace 13 años por una enfermedad conocida como Neuropatía Óptica Hereditaria de Leber.

Esta es una enfermedad mitocondrial neurodegenerativa que afecta al nervio óptico y se caracteriza por una pérdida súbita de la visión en los adultos jóvenes que son portadores. No se conoce con exactitud su prevalencia, pero está estimada en torno a 1/15.000 – 1/50.000 en todo el mundo.

Afecta a ambos ojos simultáneamente o de forma secuencial, con pérdida de visión en el segundo ojo semanas o meses después.

“Al comienzo para mí fue muy difícil, no sabía qué hacer, no sabía cómo enfrentar lo que se nos venía, me deprimía mucho, me sentía solo, fue muy duro”, dice Guillermo, quien recuerda que para entonces, su esposa debió asumir el papel de proveedora del hogar, mientras él se queda al cuidado de su hijo mayor, quien ahora tiene 9 años.

Guillermo llegó a Atlanta en el año 2000, siendo joven y cargado de ilusiones, hasta que la enfermedad se le atravesó en el camino, pero tras el penoso diagnóstico, la impotencia de no poder hacer casi nada y las ganas de no seguir viviendo, decidió que su vida debía seguir y ese impulso se lo dio su primer hijo, tal como lo admite ahora.

“Comencé a buscar ayuda, a aprender a caminar solo, a desenvolverme solo, a valerme por mí mismo, hasta que cuatro años más tarde ya tenía una perspectiva clara de lo que podía hacer y hasta dónde era capaz de llegar, luego de haber aprendido artes marciales, por ello desde inicios de 2007 comenzó a ser maestro de Taekwondo.

“Esto es una disciplina que me ha enseñado mucho, la aprendí después que perdí la vista y me ha servido incluso para ayudar a otras personas con el mismo problema mío o con otras discapacidades”, señala.

Los estigmas no le hacen daño

Guillermo Cesario junto al joven Cris, uno de sus alumnos especiales
Guillermo Cesario junto al joven Cris, uno de sus alumnos especiales

Marina, su esposa es la que le arregla casi todo en el gimnasio, le lleva las cuentas, recibe a los alumnos, y coordina varias cosas al mismo tiempo, mientras cuida a su hijo menor de año y seis meses quien nació con una enfermedad progresiva y requiere de toda su atención, pero entre los dos hacen un equipo perfecto.

“Yo solo vengo a ayudarle, porque él sabe hacer casi todo solo”, dice Marina, quien además narra que su esposo empieza por conocer a sus nuevos alumnos tocándoles la cabeza, escuchando sus voces y memorizando sus nombre, después de todo eso, puede seguir el desarrollo de cada uno de ellos como si los estuviera viendo.

Sin embargo, hay situaciones que no dejan de inquietarle, como el hecho de que, algunas personas de la comunidad piensen que, por su condición, él no pueda llegar a ser el buen entrenador que artes marciales que es.

“Yo lo sé, por lo que he oído que dicen las personas, o porque llaman y luego vienen a inscribir a sus hijos y cuando se dan cuenta que soy ciego se van”, dice Guillermo.
Como el caso de una mujer que se atrevió a decir que no dejaría a su hijo, porque “una persona ciega cómo podría enseñarle algo”

Pero eso no es lo que piensa Genny López, un padre de familia quien dice que para él, Guillermo es una inspiración. “El ser ciego no es impedimento para que él pueda enseñarle disciplina a sus muchachos”, dice López.

Erendira Mondragón, una madre de familia, quien decidió tomar clases con él, dice que muchos dudan sus capacidades como entrenador.
“Al contario es para motivarse uno y bueno, yo uso el Taekwondo para bajar de peso y ha sido muy bueno y para mis hijos ha sido bueno también…”, afirma Mondragón.

El sueño de Guillermo

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Luego de varias rutinas con los pequeños, el día de la entrevista, recibió a Cris un joven de origen mexicano a quien debieron extirparle el ojo derecho y solo tiene una visibilidad del 20 por ciento en el que izquierdo, tampoco tiene audición por uno de sus oídos y en el otro su audición no supera el 30 por ciento.

“Hace una semana dejó de venir porque volvió a entrar en depresión porque le acaban de diagnosticar Lupus”, dice Guillermo, quien está empeñado en sacar a Cris adelante, enseñándolo a caminar solo, dándole compañía y antes que nada ofreciéndole apoyo moral.

“Me gustaría tener una organización para ayudar a personas discapacitadas y reunir a personas de la tercera edad, para que ellos hagan ejercicios cardiovasculares, se entretengan con juegos adecuadas para los adultos… y conseguir ayuda para que ellos puedan tener una merienda” comenta.

Así mismo, seguir con los entrenamientos para los niños y los jóvenes a fin de que ellos tengan una visión distinta de la vida y sean útiles a la sociedad.
“Yo estoy convencido de que se puede…nada es imposible…” concluye Guillermo.

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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