Jesús, el Hijo amado


Cuando el Señor Jesús vivía en la tierra, Dios hizo oír su voz en dos ocasiones para declarar: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. La primera fue a orillas del río Jordán, después del bautismo de Jesús (Mateo 3:17). La segunda vez fue en la montaña donde los discípulos vieron su gloria y donde fue “transfigurado” (cap. 17:5).

Dios observa todo lo que pasa en la tierra. Lo que sucede en ella lleva las marcas del pecado, y esto a lo largo de toda la historia de la humanidad.
El Señor Jesús, único hombre perfecto, se sometió a la voluntad de Dios hasta dar su vida. Solo él recibió el sello de la aprobación de Dios: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”.

Así, solo respecto a él, Dios pudo declararse perfectamente satisfecho de un hombre, el único hombre sin pecado. Se cumplió lo que los ángeles habían anunciado cuando Jesús nació: “Buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14). Aquel cuya perfección se manifestaba en su vida en la tierra era el Hijo muy amado de Dios. Por su poder divino, “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8). Era verdaderamente hombre sin dejar de ser, no obstante, el Hijo de Dios.

Inclinémonos con adoración ante el amor maravilloso de Dios, quien se reveló en esta Persona única. El Hijo muy amado de Dios vino a la tierra para salvarnos. ¡Escuchémosle!
Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Todos los que creen en él… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Romanos 3:22-24

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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